martes, 9 de diciembre de 2014

DEMASIADO RESPETO A LOS DANZANTES

A veces tengo la exacta certeza de que no me incorporo a la danza por excesivo respeto a los danzantes, con lo que al final soy yo el que me respeto insuficientemente. No se trata de algún tipo de abnegación absurda, sino simplemente del resultado de una compasión inmediata y poco meditada: siento que a mí no me gustaría que algún otro hiciese lo que yo rabio por hacer pero al fin no me permito. Pero luego, cabizbajo y pensativo, entre mis cenizas y mis oscuridades, me remonto más atrás y más arriba en la nube ascendente de los deseos, de los por qués, de las razones no manifestadas, de los arrebatos de entraña, y acierto a llegar a la conclusión de que nadie tiene derecho a pedir a ningún otro que no entre en “su” salón de baile, porque la fiesta de la vida está abierta a todos los vivientes, y que lo contrario no es en modo alguno amor, sino simplemente posesividad mal entendida, posesividad de lo que nunca podremos poseer, que es el corazón y el alma de otra persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario