lunes, 11 de agosto de 2014

POR QUÉ NO QUIERO ACABAR CON MI EGO

Orígenes de Alejandría, uno de los “padres de la Iglesia”, allá por el siglo III, decidió que sus testículos eran una especie de caballo de Troya, colocado en su cuerpo por el mismísimo diablo, y en un rapto de enajenación mental se castró a sí mismo. A lo largo de la historia ha habido siempre personajes, más o menos influyentes, que han considerado que al ser humano le sobra algo, y que eso de lo que puede prescindir es fuente de males diversos. A la vez no han tenido el menor empacho en afirmar que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios (aunque yo pienso exactamente lo contrario, que el dios “popular”, por ejemplo el Dios Cristiano, está hecho a imagen y semejanza del hombre), viviendo alegremente con tan contundente paradoja convertida en dogma de fe.

Pero no voy a hablar de testículos, sino de ego. No hay gurú que se precie que no pontifique sobre lo dañino que es el ego, sobre cómo nuestra única opción para la iluminación es destruirlo completamente, pues de no ser así nunca va a dejar que nos realicemos. Hay algo muy adentro de mí, una especie de intuición resonante, que me dice que no puede ser del todo así, que el Universo, el Todo, el Logos, el Divino, Dios … como queráis llamarlo no se puede haber equivocado tanto como para que el conjunto de los seres humanos tengamos algo tan dañino incorporado a nuestro bagaje psicológico básico.

Pero ¿qué es eso del ego según esta corriente “castracionista”? Resumiendo, podríamos decir que es algo así como un falso ser, un falso yo-mismo, construido a base de miedos, carencias, envidias y demás mecanismos psicopatológicos, y que tiene un pavor terrible a dejar de ser el centro de nuestra existencia. Este falso yo es alimentado continuamente con deseos, sufrimiento psicológico, recuerdos insanos, proyecciones de futuro, y demás, y continuamente nos está alejando de nuestro “ser verdadero”, no dejándonos avanzar por el camino de la realización, y sacándonos de la presencia, es decir de la vivencia del único momento que de verdad existe, el puro ahora. Además, para autoafirmarse el ego continuamente nos lleva a posturas enfrentacionistas y separacionistas, hace que estemos en permanente conflicto con el resto de la Creación, pues sólo así puede justificar su existencia. El ego tiene su gran aliado en la comúnmente denominada mente, que es la encargada de su alimentación, aunque de la mente me gustaría hablar en otro post. 


¿Estoy yo en contra de todo esto? En modo alguno. Me parece que es una definición bastante adecuada. Pongamos que hay un “ser verdadero”, que está ahí, en el no-espacio y no-tiempo, inmutable, permanentemente presente, un pedacito de la conciencia cósmica universal, algo que se conecta a nuestro ser de carne y hueso a través de delicados canales energéticos muy relacionados con el sistema nervioso central, con el cerebro y sus órganos asociados, que no serían otra cosa que un sofisticadísimo equipo de comunicaciones. Llamemos “alma” a ese “ser verdadero”, del que no creo que sea necesario decir que es puro, perfecto, luminoso, con toda la energía del amor universal, y en permanente y total fusión con el Todo. Entonces ¿cuál es el problema? ¿por qué no podemos renunciar al ego totalmente para entrar en la perfecta iluminación?

Pues bien, mi propuesta crítica se refiere sólo a una cuestión de contexto y de alcance. Creo que el ego no es tan malo como se plantea, que también forma parte de nuestro ser, al menos del ser físico-emocional que habita el planeta Gaia, y que el error principal está en que lo estamos usando mal, sacándolo de su campo adecuado de uso, de su función útil, que es la de un servidor, y convirtiéndolo en el enfermo amo y señor de nuestra existencia. El ego surge a muy temprana edad, cuando el niño comienza a comprender que es un ser diferente al resto, que hay límites, y separación, al menos en lo físico y lo emocional, y se siente vulnerable y desvalido, e inventa un conjunto de mecanismos de defensa psicológica, sin los cuales, en la mayoría de los casos, estaría abocado a la aniquilación emocional. El ego se crea pues ante la necesidad psicológica de defensa de la intimidad que se ve bruscamente separada de la seguridad de la conexión con la madre, en lo que constituye un proceso evolutivo completamente natural y razonable. El problema está en que luego, cuando vamos creciendo, no hay nadie que nos diga que esa coraza, esa herramienta de delimitación de lo que “yo soy” frente a lo que “no soy”, al menos en el plano emocional, es eso, una herramienta, no el auténtico yo. Desgraciadamente no existe, o al menos no se ha universalizado como otros tipos de educación, una verdadera formación emocional y espiritual, algo que incida en la maduración del ser humano como un ente holístico basado en un plano físico innegablemente importante, sujeto, fortísimamente por cierto, a emociones, y que ansía, que aspira, a una conexión con el Todo, en el plano puramente espiritual. Esta formación debería servir para poner al ego en su sitio.

Al igual que mi piel está ahí, conectándome y a la vez separándome del resto del mundo físico, el ego tiene su función equivalente en el mundo emocional. Al igual que cuido mi piel, que la lavo, nutro, visto, e incluso decoro, y qué maravilla cuando me trae el contacto del mundo exterior, y particularmente de los otros seres humanos, pues igualmente podría hacer con mi ego, cuidarlo, liberarlo de impurezas, etc., si entendiese su verdadera función. Lamentablemente el mundo actual que podemos calificar como “normótico” se dedica a crear una ininterrumpida corriente de señuelos emocionales que se añaden como excrecencias aberrantes a nuestro ego, convirtiéndolo en el monstruo al que antes me he referido, el monstruo al que critican la mayoría de las escuelas espirituales. Pero yo creo que la aniquilación no es la vía, al igual que la castración no lo era en el siglo III. Siento que el trabajo a realizar es similar al que hacemos con la piel. Primero habría que lavar, eliminar parásitos, los enormes parásitos que la sociedad mediática y consumista inocula en nuestro ego, y luego, cuidarlo, abrazarlo, darle todo nuestro amor, considerarlo como uno más de nuestras partes útiles, y saber que su función es meramente de límite-contenedor-conector con el resto del mundo emocional.

Si me enamoro, me enamoro, y no creo que sea mi alma la que se está enamorando, sino, cuidado que viene la herejía, mi ego, realizando su función de conexión con otro ente físico-emocional, con otra linda personita por la que tiemblan mis huesitos (y mi ego). Es muy posible que el alma dé su bendición a mi intento de conexión en los planos físico y emocional, que creo que de eso va el enamoramiento, con otro ser de mi especie, y que en el plano espiritual, mi alma y la suya “sonrían”, al particular modo de las almas puras, pues ellas ya están absolutamente conectadas entre sí. Es también muy posible que después del adecuado proceso de adiestramiento y crecimiento personal, algo en mí, digamos una “mente superior”, un observador intensamente consciente, contemple ese proceso de enamoramiento y lo considere algo bello, pero propio de un plano mas bien terrenal, al igual que hermoso es cuando dos cuerpos se besan, abrazan y acarician. Sin embargo, estoy seguro de que en ningún momento a esa “mente superior” se le podría ocurrir que a los protagonistas de esa conexión emocional, a nuestros egos, amada mía, habría que aniquilarlos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario