viernes, 17 de octubre de 2014

DE NUESTRA RESISTENCIA AL CAMBIO

Sin el cambio no hay vida. Sin la mutación, variación, evolución, todo permanecería igual, y la única forma de que algo permanezca igual es que esté muerto. El cambio es la esencia del equilibrio natural, que siempre es dinámico, al cambiar los sistemas se renuevan, aprenden de sí mismos y de su entorno y desarrollan nuevas habilidades y capacidades, siendo capaces de sobreponerse a las dificultades y triunfar frente a situaciones que amenazaban su integridad.
Sin embargo, es bastante habitual que los seres humanos nos resistamos ferozmente a cambiar. Podríamos citar diversos motivos, pero todos se resumen en uno: el miedo. Pavor a salir de nuestra zona de confort, a la pérdida de lo que "tenemos" y "conocemos" (aunque estas posesiones y conocimientos nos estén fastidiando ampliamente la vida).
Cuando la existencia nos está pidiendo a gritos que cambiemos y nosotros seguimos paralizados de miedo es inevitable sentir sensaciones duras, desorientación, opresión, confusión, dolor, rabia, bloqueo. El sufrimiento puede ser lacerante y casi insoportable. Ante esa situación, muchos de nosotros intentamos razonar, aplicar la mente, entender qué nos está pasando. La mente en estos casos suele adoptar el papel de conservadora-del-estado-actual. Nos devanamos el cerebro probando a explicar lo que nos ocurre en términos de causas y efectos, motivos y contramotivos, deberes y obligaciones, bondades y maldades. En un intento de autoanálisis frenético pretendemos buscar justificaciones, comprender qué nos ocurre, pero casi siempre usando para ello solamente la razón pura y evitando cuidadosamente emplear otras herramientas como la intuición, el tierno y amoroso entendimiento intuitivo hacia nosotros mismos, el camino del corazón. Supongo que la causa de esta actitud procede del ego enfermo. Éste, en lugar de asumir su papel de continente emocional y de maravilloso embajador de nuestro contenido emocional cuando nos relacionamos con otros seres, se inflama y asume un rol que no le corresponde, el de centro de nuestro ser. Y desde luego, lo último que desea es el cambio, porque sabe que en ese cambio se juega ese cargo de falso rey, y que después de destronarlo lo vamos someter a una severa dieta de adelgazamiento para dejarlo en su sitio, del que nunca debería haber salido. Así que ocurre que la mayoría de las veces este camino de aplicar la mente no lleva a ninguna parte. Porque no hay nada que entender. 

La mente es incapaz, por sí sola, de captar la infinita complejidad de nuestro ser. La mente es un servidor doméstico no el Ser Supremo que nos habita. La mente organiza, clasifica, etiqueta ...pero eso no sirve en este caso. Por eso las razones de nuestro malestar son incomprensibles, y nuestra razón, por sí sola, no entiende nada. 

La receta es sencilla de enunciar, aunque me consta que no es tan fácil de llevar a la práctica: SIÉNTETE, sólo siéntente, sin intentar analizarte, o juzgarte, o culparte, o culpar a las circunstancias, o a quienes te rodean. Pero conseguir sentirnos no está tirado precisamente. Entre otras cosas porque muchos hemos llevado media vida sin sentirnos, sin escucharnos, sin amarnos, sin tomar nota de lo que de verdad expresamos y queremos, sin entender el pálpito de nuestro corazón, el camino de libertad que desea para nosotros nuestra alma. Los "músculos del sentir" los tenemos atrofiados, sin posibilidad de respuesta. Sabemos que nos duele, pero somos incapaces de reaccionar. Pero no es tan difícil, lo esencial es vivenciar, dar camino a la integración de las emociones, conectar cuerpo, alma y espíritu en un todo continuo y armónico. Hay muchas actividades que van a favorecer esa capacidad dormida. Podemos meditar, hacer yoga, biodanza, tai-chí, asistir a talleres de crecimiento personal, acudir a la consulta del psicólogo y de otros tipos de terapeutas, y un largo etcétera de actividades que van a ayudarnos a reflotar la nave hundida de nuestra autoescucha e intuición.
Y mientras no nos decidimos, recuerda: a veces necesitamos sufrir, sentir rabia, desesperación, ver la locura llamando a la puerta. Se trata de nuestro corazón acumulando motivos, motivos para cambiar, motivos para saltar, motivos para volar. En nuestras manos está que esa acumulación no llegue a aplastarnos.
Buenas noches, corazones.

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