martes, 7 de octubre de 2014

CUANDO DELIRO

La canción tenue de la noche estival reptaba por entre las rendijas de la celosía de madera, olía a nubes perezosas y mi pie, sedicioso y noctívago, había decidido saltarse todos los controles y citarse con tu pantorrilla bajo el dosel liviano de nuestra sábana más querida. Tú leías algo con atención de niña aplicada, niña con lencería de cortesana y piel de melocotón. No había suficiente amor en el océano mundo para el que yo quería ofrecerte. Atesoraba tus momentos en mis pupilas, tu olor de fruta madura y especias exóticas se me colaba por las grietas del cerebro abrasándome de ganas  y el pálpito delicioso de tu piel se enroscaba en las yemas ansiosas de mis dedos...
Pero al fin me calmo, pliego mis alas de papel de seda, es la mente que gana este juego inclemente, y pegadito a la tierra cambio amor por delirio,  y te siento muy lejos, un enorme vacío. Y aflora en mi pecho la certeza candente de que quiero renunciar y terminar aquí mismo, acabar con lo que todavía no ha empezado, mis sueños nonatos, mis temores absurdos, me derrito de dudas y abrazado a un madero húmedo voy dando tumbos, mientras me arrastra la corriente de una vida insensible a mis deseos, y me hundo, abdico de todo, de la ilusión, de la intuición, de las lágrimas derramadas y de los delirios profundos. 


Aunque sé que mañana me mirarás, inocente o cruel quizás nunca lo sabré, pero como una llamarada devoradora del espacio y el tiempo será ese brillo conocido en tus ojos, alguien lo ha llamado la llave para reconocer a tu otra-parte, quizás increíble, quizás tan cierto como el final que nos espera, da igual, porque yo te reconozco así, cada vez, cuando tus labios se curvan apenas, y esa solidez hecha de nieve recién caída aparece tras ellos. ¿Cómo es posible que los tengas tan blancos? Y como una revelación sagrada recordaré ese paraíso carnoso y húmedo que me ha esclavizado con tan sólo tres pequeñas dosis de locura,
Y decidiré aguantar otra eternidad, clandestino, esperando tal vez que la canción tenue de esa perfecta noche estival repte por fin entre las rendijas de la celosía de madera.
Miguel

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