miércoles, 18 de enero de 2012

La verdad, la duda y la mentira (el bueno, el feo y el malo).

Bonito tema éste de la verdad, la duda y la mentira. ¿Qué hacer, qué decir?
Supongo que cada cual tendrá su manual, pero yo lo tengo claro, mi norma es, salvo para niños, personas fuera de su sano juicio y Hacienda, que si me piden explicaciones diré sólo la (mi) verdad, siempre. La mentira es paticorta, ya lo sabemos, y siempre tiene un efecto, cuando se descubre destruye la confianza, y sólo es cuestión de tiempo que esto ocurra, y cuando la verdad llega tras la mentira siempre resulta mucho más dura.
La duda es para pusilánimes, y no puede existir eternamente, al final desembocará en una de las otras dos.
También es cierto que la verdad es una especie de aroma cambiante, difiriendo según quién la vive, e incluso, para uno mismo, variando según cuándo la vivimos. En sí misma a veces es como un grito en la noche, fuerte, retumbante, definitiva, inapelable; otras veces, en el otro extremo, se filtra por las grietas de lo posible, como humo sutil, evanescente, poliédrica, inasible. Entre esos dos puntos hay cien clases de verdad. Cada uno tenemos nuestra propia verdad, o así debería ser, seguramente es cuestión de conocernos. Que esto ocurra no es mayor problema, cuánto más me conozca más sabré cuál es MI VERDAD, y eso es lo que me comprometo a poner sobre la mesa. De mi verdad y TÚ VERDAD saldrá NUESTRA VERDAD, que es el camino más corto entre tú y yo. Es como matemática emocional, cualquier otro camino no sigue la línea recta.

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