Recuerdo que, en aquellas ocasiones, cuando sus manos me tocaban, yo ya sentía espasmos de placer. La mía era una necesidad física, inaplazable, y veía, sin creerlo del todo aún, aparecer en sus ojos ligeramente rasgados la promesa cierta de su satisfacción. Se me acercaba más, lentamente, ofrecida, fértil y húmeda. Yo abrazaba sus redondeces y, con mi lengua primero y todo mi entregado ser después, saboreaba en éxtasis sus jugos de mujer.
Tuve mucha suerte, después, cuando le llegó el turno a mi hermano, ya habíamos entrado de lleno en la era del biberón.
Miguel
Tuve mucha suerte, después, cuando le llegó el turno a mi hermano, ya habíamos entrado de lleno en la era del biberón.
Miguel
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