jueves, 29 de diciembre de 2011

El instrumento que todos sabemos tocar


Como otros muchos he tenido amor de hermanos, de padre y madre, de amigos de la niñez. Y luego, cuando me llegó el otro amor, comprobé que la reciprocidad es un asunto delicado, que los juegos del cariño tienen bordes afilados, y que cuanto más bella es la luz del día más oscura e inhospitalaria nos parece la lóbrega noche sin luna.

Pero con el tiempo he ido entendiendo que el amor es un arte muy mayor, no es cualquier cosa amar, pues aunque el amor en sí es absolutamente inclasificable, inabarcable, inmarcesible y, a veces, completamente incomprensible, en la práctica es como tañir un bello instrumento de hermoso sonido cuyo secreto manejo conocemos ya al nacer, pero en cuyo arte podemos perfeccionarnos en un delicioso camino sin final. 

Y desde luego siento que ese instrumento fue creado para tocarlo al unísono con otros seres. Con mis amigos me encanta componer melodías de vida, luz y alegría. Pero confieso un secreto, me pierden los duos, esos bellísimos momentos, música de las esferas, delicadas composiciones que nos acarician por dentro, instantes en los que tu música y la mía giran, se enfrentan y finalmente se engarzan en una joya de la armonía que nos toca el alma para siempre.
¡Qué pena que éstos abunden tan poco!

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